"Cierro, abro, cierro, compruebo, pruebo de nuevo y así cinco o seis veces más hasta que me agobio de mí misma y lo dejo así, muy a pesar mio, cierro los ojos y me largo!", decía María, inquieta, preocupada y angustiada a la vez...Aclaró que podía pasar todo el día comprobando que dejaba todo bien cerrado y en orden, con tal de irse tranquila y segura, cosa que rara vez lograba.
"Además, me siento una tonta, me avergüenza mi actitud, no quiero que nadie me vea haciendo semejantes periplos de mis eternas comprobaciones". Incluso, contó que una vez, agotada ya de comprobar, levantó de la cama a su pareja para que comprobara lo comprobado y le asegurara que ya estaba todo bien cerrado y en orden...Luego, fue tal su flagelo personal por haberle importunado de tal manera, que una seguidilla de pensamientos apocalípticos y sentimientos de culpa no le abandonaron hasta bien entrada la tarde, una dificultad añadida a su exigente rutina laboral, siempre eficaz hasta entonces. Y con éste ya van cuatro años de rituales obsesivos, que no hacen más que aumentar en intensidad y en reforzar sus miedos en una diatriba insistente escrita en su mente, boicoteando incansable, su vida y sus hábitos.
-"Los rituales te paralizan y te distraen de tus dificultades solapadas y ocultas detrás de ellos, detrás del miedo...". Esto le dijo un día su psicólogo, y la dejó pensando...En un primer momento le fastidió lo que le dijo porque no podía evitarlos, pensó que no eran una distracción sino una obligación, una necesidad realizarlos. Las ideas solían ser tóxicas, dañinas y persecutorias, todo el día en su cabeza, como un taladro, imposibles de desviar su atención hacia otras cosas que no sea obtener unas migajas de seguridad y tranquilidad, intentando evitar al máximo todo tipo de riesgos innecesarios...Vivía estresada intentando huir de si misma.
En una sesión pudo expresar que, desde que se mudó a vivir en pareja, las obsesiones se dispararon. Reflexionó, y después de una larga pausa, dijo, "...quizás es porque ya no estoy en mi casa.." Y entonces, agregó, "Siento que estoy desprotegida en mi nueva vida, tengo miedo que me ocurra alguna cosa y no estén ahí mis padres para ayudarme, especialmente mi madre, que se desvive por mí". "Se desvive? ¿Quieres decir que ella deja de vivir su vida por ti y por tu felicidad? Qué piensas de ello? -le interpeló su psicólogo-".
María reaccionó, su mirada despertó con un brillo diferente. Después de un largo silencio, dio rienda suelta a sus pensamientos más callados y aclaró, en un acto de sinceridad y valentía que, "...a veces me agobia un poco como es conmigo, está demasiado pendiente de mi, de lo que hago, nunca esta conforme...Ella ya no sale con sus amigas, espera ansiosa mi presencia y si yo no voy alguna tarde a visitarla después del trabajo, me lo recrimina y me hace sentir culpable...pero ella es una mujer muy buena...", dijo al final, intentando suavizar su primera lectura crítica sobre su madre. El psicólogo entonces le aclaró que no se trataba de si era buena o no, sino de cómo esta relación establecida con su madre, en estos términos tan controladores, condicionaba su realidad, su actualidad. De pronto, estuvo claro para ella que había aspectos de la relación que necesitaban cambiarse, re-ajustarse para que cada una pudiera seguir con su historia sin interferencias ni condicionamientos.
Y así fue entrando en tema. Finalmente pudo comenzar a pensar en otras cosas que no fueran sus obsesiones y sus incontables pensamientos negativos, finalmente, pudo aparcarlos y liberarse.
Y habló y habló y habló y habló...de su madre y de su padre, de sus hermanos, del trabajo, de su pareja...pero sobre todo, habló de ella, se detuvo a reflexionar sobre su vida, su realidad, hacia donde está yendo y hacia dónde quisiera ir...
Entendió así la importancia de ser sincer@ con un@ mism@, y que, lógicamente, si necesitaba un cambio, sería imprescindible hacer algo diferente de lo que venía haciendo, sería necesario buscar alternativas más sanas que no reprodujeran más repeticiones sintomáticas, como los rituales de comprobación.
Ya no estaba sola con sus "historias repetidas", estaba su pareja; estaban sus padres aprendiendo a respetar su espacio y el de ellos mismos; sus amigas y amigos y estaba su terapia para hablar de todo sin tapujos, para desanudar emociones antiguas aún vigentes que postergaban avances y proyectos. Un día comentó con tono jocoso a la vez que certero, "..creo que con la terapia se me activó un tercer ojo, ese que no parpadea frente al miedo."
Nota: la historia narrada y los personajes son ficticios.
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