Entre agobios, desengaños e ilusiones: la difícil tarea de educar a nuestros hijos.
A menudo escucho a padres y a madres desbordado/as, agobiados/as por no poder tener una vida social relajada, ni dentro ni fuera de casa porque sus hijos “no son capaces” de reconocer límite alguno, y con la sensación añadida que todo se deteriora paulatinamente con el paso del tiempo, incluso, la relación de la pareja...
Creo imprescindible remarcar algunas cuestiones que pueden estar solapadas detrás de este malestar generalizado entre padres e hijos, con la intención de reflexionar y revisar nuestra actitud frente a ellos/as.
Como adultos tenemos una responsabilidad ineludible frente a la educación de nuestros hijos/as que, desde luego, es mucho más fácil de llevar cuando existe una buena comunicación entre los adultos, cuando se comparten o se acuerdan criterios acerca de su crianza y educación. Es importantísimo que los padres actúen conjuntamente, como un bloque, esto es, por ejemplo, cuando alguno de los dos, madre o padre, reprenda a su hijo/a, es conveniente que no se contradigan, no se desautoricen mutuamente, ya que se minimizará o anulará el efecto buscado de la reprimenda y sobre todo, crearán en el niño una riesgosa confusión en su escala de valores aún en construcción. Si estan en desacuerdo, siempre se puede -se debe- hablar a solas, sin incluir a los hijos en las discusiones o los desencuentros de los adultos.
Son los padres los que van marcando el recorrido de su educación y crianza, por esto es tan importante tener acordados de ante mano, con la pareja, y también con las familias -para evitar futuros desencuentros, cómo queremos que sean, que se comporten, cómo queremos que se expresen al hablar...,etc. Se educa no sólo con lo que se les explica o se les dice, sino y, sobretodo, con el ejemplo, con el modelo que se les ofrece como válido. Poco valdrá el esfuerzo de explicarle el cómo hacer o ser, si después el adulto actúa de cualquier otra manera, desdiciéndose además de la consecuente perdida de respeto y autoridad, dos elementos indispensables a la hora de educar.
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