A medida que descorría las cortinas, habitación por habitación, el salón, el despacho, los recuerdos brotaban irreverentes en su memoria. Uno a uno, se iban despertando iluminados por el sol que, agazapado, esperaba con timidez para entrar después de tantos días de oscuridad guardada en el piso que hacía nada, había heredado.
Algunos recuerdos lo avasallaron haciendo que su corazón latiera rebelde y desbocado, sentía miedo y espanto a la vez... En cambio otros le llegaron muy adentro, incluso dibujaron una tímida sonrisa nostalgiosa en su rostro, remedio para el alma que acallaba su dolor...-"Ves?,"- se dijo-" no era para tanto, al fin y al cabo es un piso como cualquier otro..."-, aunque estaba claro que no era como cualquier otro, era el de su padre, ese hombre distante del que hacía años que no sabía nada -y viceversa-. La historia de ambos, la del padre y el hijo, era larga, solitaria y peliaguda.
Quebrando el profundo silencio de sus pensamientos, alguien golpeó a la puerta con insistencia. Intentó infructuosamente ver por la mirilla que estaba endiabladamente sucia..., y abrió molesto.
"- Hola, disculpe...-dijo el joven desconcertado- "estoy buscando a Pepe, hace uno días que no logro dar con él...".
Presuroso y con la cara de póker aquella con la que suele enfundarse siempre que algo lo sacude por dentro, le dijo despectivo y distante que Pepe era su padre y que había fallecido hacía más una semana. La reacción instantánea de pena y aflicción en el rostro del joven, lo sorprendió enormemente y hasta pensó -"pero...qué hacía este chaval con Pepe?"-, como solía llamarlo en lugar de "papá", incluso de niño...nunca hubo mucha confianza entre ellos, su madre lo sufría más bien en silencio, callando y aguantando.
El joven se emocionó hasta las lágrimas, cosa que le llamó poderosamente la atención, alguien que no era su hijo podía sentir tal dolor por su pérdida, eso lo hizo sentir incómodo, él no podía sentirlo así...Tendría unos cuantos años menos que él, lo dedujo por su apariencia y su modo de hablar. Terminaron hablando en el salón, un poco tensos al principio, ninguno sabía de la existencia del otro. A decir verdad, le costó escuchar lo que éste le contaba sobre su padre, no daba crédito a lo narrado con tanto entusiasmo y afecto: paseos, pesca, ajedrez, lecturas compartidas... Se contuvo todo lo que pudo, pero llegó a su límite, una mezcla de envidia y desazón por no haber sido él el protagonista de tantas vivencias que sabía, ya eran imposibles. Al rato, prácticamente lo echó.
No pudo negarlo, la visita disparó su ansiedad que fue creciendo imparable. Celos, envidia y una sensación devastadora de haber perdido el tiempo esperando a un padre que nunca apareció como él esperaba... -"pero mira por dónde -pensó con sarcasmo-, apareció para otro!"- Estaba realmente ofuscado, se sentía desafortunado e impotente de no poder volver atrás en el tiempo, el tiempo de ambos. Entonces, no había otra opción, lo dio todo por perdido, pasado y pisado.
La noche empezaba a acercarse. El tiempo había volado, prácticamente toda la tarde, después del intruso inesperado e incomodo, estuvo entretenido con historias reconstruidas que despertaron recuerdos y demasiadas emociones ya olvidadas a través de montones de fotos descoloridas; de cartas escritas con una caligrafía exquisita en papeles amarillentos y con olor a humedad. Para su sorpresa, encontró en una caja de color azul intenso -como ese momento- algunos de sus regalos para el día del padre que en el colegio les hacían hacer, eso lo emocionó aún más...gratamente. Al final, permitió que una lágrima pudiera salir, sólo una.
Curioseando por aquí y allá, continuó más animado buscando, no con cierta insistencia, a ver si daba con algo más que le ayudara a entender que su padre era humano, que podía equivocarse y que seguramente, era mejor de como él lo recordaba.
La noche se acercaba imperiosa, como imperiosa sería su vuelta a casa, refugio de su pesar. Necesitará unos días como mínimo para asimilar y procesar todo esto, por suerte, Maruchi lo esperaba. Ella era el oasis para su abatimiento y el bálsamo amable por el que fluían los acertijos de su alma.
Silvia Staps
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