El límite puede ser pensado como un trazo que define una frontera, es un acto, una intervención de tipo social que marca una diferencia entre lo que se puede y no se puede hacer, entre lo que se debe y no se debe hacer (cultura, ética social, civismo). En el momento en el que se pone un límite, se evoca tanto al respeto personal y al de los demás como así también al amor...“aquel que me cuida, también me quiere”. Así, éste da forma a un espacio, delimita un territorio, enmarca y orienta desde el respeto y el amor la conducta del niño/a, a la vez que colabora en reconocer lo que es justo y conveniente de lo que no lo es.
Es además, un "armador" de espacios, esto significa que ordena y marca una sana diferencia entre las actividades y las necesidades de los/las niños/as - adolescentes y las de los adultos. Por ejemplo, la hora de ir a dormir no tiene porqué ser la misma que la de los padres: el infante debe tener su espacio (su cama, su habitación, sus juguetes..), como así también una hora conveniente para su descanso. La idea es generar un hábito (horario) que actúe como límite funcional y necesario, favoreciendo que sus padres puedan disfrutar de un tiempo y un espacio propio o compartido, para leer, conversar, ver alguna película, etc...Sin lugar a dudas, ésto colaborará en una mayor tranquilidad y en la armonía familiar.
Es además, un "armador" de espacios, esto significa que ordena y marca una sana diferencia entre las actividades y las necesidades de los/las niños/as - adolescentes y las de los adultos. Por ejemplo, la hora de ir a dormir no tiene porqué ser la misma que la de los padres: el infante debe tener su espacio (su cama, su habitación, sus juguetes..), como así también una hora conveniente para su descanso. La idea es generar un hábito (horario) que actúe como límite funcional y necesario, favoreciendo que sus padres puedan disfrutar de un tiempo y un espacio propio o compartido, para leer, conversar, ver alguna película, etc...Sin lugar a dudas, ésto colaborará en una mayor tranquilidad y en la armonía familiar.
Es necesario tener en cuenta que el límite posee un destacado componente educativo, que no adiestrador. Por ello, se ha de ser consciente y tener en claro qué es lo que interesa que aprendan al ponerles tal o cual límite. El -"...porque lo digo yo!"- al que la mayoría de padres y madres recurren como salida más frecuente, generalmente es por falta de argumentos claros, es cuando los gritos y las miradas fulminantes no aportan nada bueno ni nada nuevo para que sea entendido el mensaje que contiene el acto de poner un límite: la intencionalidad primordial es entonces enseñarles y orientarles para que aprendan a convivir en casa, en la escuela, en la calle, siempre desde el respeto, la tolerancia y la apertura al diálogo.
Otra cuestión a tener en cuenta es que, cuando se (im)pone un castigo o penitencia -según sea la gravedad de los hechos-, es conveniente que sea a corto plazo, esto es, un par de horas, una tarde o una mañana, un capítulo de una serie, etc. Estratégicamente, este aspecto es sumamente importante para que no se pierda o se diluya en el tiempo el mensaje educativo que el adulto intenta enviar al niño/a o adolescente. Se ha de valorar, -si es posible, conversar y compartir criterios y razones previamente con la pareja-, porqué el castigo y cuál será su tiempo de duración ya que, donde generalmente el límite falla, es cuando deja de ser sustentable, cuando se interrumpe antes de tiempo por hastío lo que deja en entredicho la autoridad de los adultos. Convengamos en que, los castigos ejemplares o los de a largo plazo, como por ejemplo, un mes sin salir con sus amig@s o todo un fin de semana sin jugar a los videojuegos o sin ordenador o móvil, etc., muy pocas veces han servido para aprender algo de utilidad, significativo, sino más bien para albergar rencores hacia sus padres y la percepción de haber sido objeto de una injusticia.
Ahora bien, si el castigo o penitencia es inevitable, entonces será más pertinente que sea a corto plazo, bien argumentado, conciso y explicado con claridad, sin gritar y sin ofuscarnos. Es importante tener en cuenta que, cuando se les reprende, ha de ser sólo por su actitud o por la acción desafortunada que ha hecho, -intencionada o no-, pero no a ella o a él como persona, en su totalidad. Si nos enfadamos diciendo un, lamentablemente típico, "eres tonto/a!" o "no sirves para nada", no sólo se pierde el efecto educador, sino que lo sentirá como ofensa y afrenta a su integridad psicológica, a su forma de ser, además de que percibirá, a las claras, que es una descarga del adulto de otras cuestiones que nada o poco tiene que ver con las circunstancias por las cuales se le llama la atención. Sólo lo que ha hecho está en tela de juicio, siendo ésta una buena ocasión para dialogar, llegar a acuerdos y acortar distancias para el entendimento mutuo.
Recomendaciones:
- ser firmes y claros a la hora de poner un límite
- no arrepentirse o sentirse culpable
- no hacer promesas que dificilmente se cumplirán
- aceptar que el/la niño/a estará en desacuerdo
- asegurarse que sea consciente de las consecuencias de sus actos
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